domingo, 16 de septiembre de 2012

Ocho estrofas alejandrinas


Maldigo los momentos en que no nos supimos
deshacer del lenguaje con que habla la locura
pidiendo que dejemos de ser lo que antes fuimos
por ser mitades muertas de la misma criatura.

Maldigo aquellos sorbos de fiebre incandescente
con que nos apagamos la sed del viejo vicio
quemándonos los labios, las lenguas y los dientes
hasta quedar vencidos y llenos de mal juicio.

Maldigo al purgatorio que huele y sabe a mierda
desenfrenadamente y en todas direcciones.
Maldigo los presentes que penden de una cuerda;
maldigo los ayeres que paren decepciones.

Te amé como se aman los fuegos torrenciales
que ascienden de la tierra hasta las ramazones
de los árboles secos y de los animales
que a veces nos deboran los tristes corazones.

Robé del mismo  barro que sabe a demasía
del paraíso roto donde mueren los hombres
y armé de sus escombros y de mi alevosía
mórbidos seres ciegos sin almas y sin nombres.

Robé como se roba de hambre y de tristeza
por mitigar la urgencia, el luto y los demonios.
Alcé un altar prohibido perdiendo la cabeza
a un dios desesperado con vientre de plutonio.

Por hurtar el sol vano que a ratos incinera
la noche inmensamente, y luego, envilecido
la hace más evidente, más parda y más austera,
me hallé quemando naves al fondo del olvido.

Maldigo los momentos en que no nos sabemos
librar de las auroras que hubimos heredado
andando sobre el filo por todos los extremos,
Maldigo los espejos que nos han traicionado.