Este es mi segundo cuento. La virtud que le encuentro radica más en la idea que en otro aspecto. La verdad es que le tengo más aprecio del merecido, pues siento que he mejorado (no lo suficiente quizás). Para que los POkS recuerden viejos tiempos, y ustedes mis amigos de este blog lo juzguen, aquí va: El Consecuente Regocijo De Un Piquete De Zancudo A Media Noche.
Despertó. Lo causaron los zancudos. Como siempre, lo primero en llegar a su mente era ella. Había transcurrido cuatro semanas desde su ruptura. Otra idea recurrente lo acosó: ¿Cómo la estaría pasando si me hubiera ido a Argentina? Había jurado no decirse: “¿que hubiera pasado si…?”. Pero su deporte favorito era comerse sus palabras. Le parecía intolerable tanto zancudo. Las manos y la cara le ardían por los piquetes, y si bien usaba guantes y un toldo, ellos no lo dejaban en paz.
Job entendía muy bien, que justo después de despertarse, su mente, su enemigo más peligroso, se encargaría de recrear uno de esos momentos infelices que consideraba no debió haber vivido. Consecuentemente, una oleada de motivos inexistentes lo ahogaba de dolor. “De seguro me era infiel”, “talvez se frustró porque no le ayude en sus clases de Historia”, o “¿seria porque estaba en su periodo?”. Eran tantas sus hipótesis que incluso repetía algunas y no se percataba. Sintió otro piquete. Encendió la luz pero no se veía ningún zancudo. Apago la luz y los volvió a sentir. “¡Esos malditos animales me van volver loco!”, gritó. Se asustó porque podría despertar a Jessica, pero recordó que no estaba y se sintió estúpido.
Él les decía a los demás que le negaron la visa, su madre estaba enferma, o la beca no cubría todos los gastos, entre otras excusas; sin reparar en que ellos se toparían en algún lugar y compararían las muchas versiones de sus mentiras. “La vida es una cárcel con las puertas abiertas” escuchó en una canción ese mismo día. Era verdad, como casi todo lo que le habían dicho pero prefirió ignorar. El verdadero motivo fue que no quiso dejarla. Le aterrorizaba pensar en alejarse de ella. No estaban casados, no tenían un hijo, ni siquiera pagaban a medias la renta del apartamento. No existía un verdadero enlace entre ellos. Sin embargo, eso nunca le hizo dejar de extrañar la plancha de cabello tirada en la cama, ni sufrir por no ver su cepillo de dientes en el lavatorio. Jessica solo se llevo sus cosas, pero Job sintió como si le hubiera robado todas sus posesiones.
Los zancudos interrumpieron su sueño hacia tres horas. “¡Debí haber salido del país!”, se repetía, en voz alta. “¡Soy un idiota!, ¿no es verdad, Michi?”, le preguntó al gato. Evidentemente, no recordaba que ella se había llevado al animal. “¡Malditos zancudos!”, insistía, “me hacen pensar en ella”. Pero como amaba pensar en ella. Quizá por eso nunca intento matarlos. Nunca usaba repelente, espirales, o ungüentos de alguna clase. Quizá por eso todos los días dormía con la ventana abierta.
Job entendía muy bien, que justo después de despertarse, su mente, su enemigo más peligroso, se encargaría de recrear uno de esos momentos infelices que consideraba no debió haber vivido. Consecuentemente, una oleada de motivos inexistentes lo ahogaba de dolor. “De seguro me era infiel”, “talvez se frustró porque no le ayude en sus clases de Historia”, o “¿seria porque estaba en su periodo?”. Eran tantas sus hipótesis que incluso repetía algunas y no se percataba. Sintió otro piquete. Encendió la luz pero no se veía ningún zancudo. Apago la luz y los volvió a sentir. “¡Esos malditos animales me van volver loco!”, gritó. Se asustó porque podría despertar a Jessica, pero recordó que no estaba y se sintió estúpido.
Él les decía a los demás que le negaron la visa, su madre estaba enferma, o la beca no cubría todos los gastos, entre otras excusas; sin reparar en que ellos se toparían en algún lugar y compararían las muchas versiones de sus mentiras. “La vida es una cárcel con las puertas abiertas” escuchó en una canción ese mismo día. Era verdad, como casi todo lo que le habían dicho pero prefirió ignorar. El verdadero motivo fue que no quiso dejarla. Le aterrorizaba pensar en alejarse de ella. No estaban casados, no tenían un hijo, ni siquiera pagaban a medias la renta del apartamento. No existía un verdadero enlace entre ellos. Sin embargo, eso nunca le hizo dejar de extrañar la plancha de cabello tirada en la cama, ni sufrir por no ver su cepillo de dientes en el lavatorio. Jessica solo se llevo sus cosas, pero Job sintió como si le hubiera robado todas sus posesiones.
Los zancudos interrumpieron su sueño hacia tres horas. “¡Debí haber salido del país!”, se repetía, en voz alta. “¡Soy un idiota!, ¿no es verdad, Michi?”, le preguntó al gato. Evidentemente, no recordaba que ella se había llevado al animal. “¡Malditos zancudos!”, insistía, “me hacen pensar en ella”. Pero como amaba pensar en ella. Quizá por eso nunca intento matarlos. Nunca usaba repelente, espirales, o ungüentos de alguna clase. Quizá por eso todos los días dormía con la ventana abierta.
Lo que me encanta de esta cuento es como se unen los piquetes de zancudo al tema del mismo. Tal vez sea un recurso conocido y las metáforas entendibles pero a mí me sigue dejando una sensación muy agradable, inclusive después de leerlo por tercera vez!
ResponderEliminarexito de cuento. me siento suuuuuuuuuper identificada!!!.. esa vara que por mas que duela, es lo unico que nos hace poder estar vivos: el recuerdo. aunque moleste como putas mosquitos, si este se va... somos nada... al fin y al cabo, dejando ventanas abiertas a mosquitos y memorias para poder seguir la vida...
ResponderEliminar♪..its da way u make mee feel... only pain can keep me real...♪♪...
Cuando escribí eso, lo escribí identificado con el personaje, pero ahora un año después ya todo pasa, y da más nostalgia q otra cosa. Ya no duele y así le va pasar a cualquiera q se sienta identificado. Hay saber cuando dejar las ventanas abiertas es más tonto e insalubre. Muchas gracias por comentar sobre mi cuento, lo valoro mucho.
ResponderEliminar"Las lágrimas van al cielo
Y vuelven a tus ojos desde el mar
El tiempo se va, se va y no vuelve
Y tu corazón va a sanar
Va a sanar
Va a sanar
Y va a volver a quebrarse
Mientras le toque pulsar"
Jorge Drexler
A mí me da asco Solís, es una cerda acérrima, una bestia literaria salida de los fondos de la mismísima Gahena donde le ha copiado a Lucifer sus líneas al exilio.
ResponderEliminarMirad muchachos:
"Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantado, viajero
a lo largo del sendero...
- La tarde cayendo está - .
"En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón."
Y todo el campo un momento
se queda mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea;
se enturbia y desaparece.
mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada". A. Machado
Después de varios siglos, ya no duele, pero tampoco se siente nada más.